Mis memorias

Yo siempre tuve mucha suerte. Ya desde el inicio he de considerarme una persona muy afortunada. Mi óvulo, en su corta vida, se sincronizó  con mi espermatozoide y le concedió la oportunidad de ganar a millones de competidores, en el momento preciso en que a mi madre no le dolía la cabeza. Mi fortuna no es mayor que la del resto de seres humanos en este aspecto, la diferencia está en que yo lo recuerdo todo desde el principio.

Mi primera memoria tiene una naturaleza dual. Me recuerdo como óvulo, redondo, tranquilo, descendiendo sereno por un túnel. Después me paré y tuve una sensación de expectativa. Miraba a mi alrededor. Estaba solo. Esperaba que pasara algo pero todo era quietud. A cada instante intentaba mirar el reloj. No podía, ni tenía reloj ni muñeca donde engancharlo. El tiempo se me hacía eterno y me invadía el aburrimiento. Hasta que empezaron los temblores.

Mientras, empezó a surgir mi otro recuerdo. Era un espermatozoide. Surgí así, de repente. Estaba rodeado de miles como yo y cada vez surgían más y más. Sentía mucha agitación, a mi alrededor todos mis compañeros eran presa de los nervios. Algo iba a pasar y pronto. Los más veteranos empezaban a contar leyendas de barreras y de saltos al vacío, que nos asustaban a los nuevos y nos hacían ir hacia atrás, mientras ellos avanzaban hacia el final del túnel. Incluso uno de ellos aseguraba que había sobrevivido en el último momento de precipitarse al vacío. Todo aquello me extrañó mucho y desconfié de aquellos charlatanes. Miré el reloj para ver cuánto tiempo llevábamos esperando, pero no supe dónde buscarlo. Contradije a mis compañeros y en vez de retroceder ante aquellas historias, avancé. Un grupo de veteranos se percató y a la voz de alarma de uno de ellos me arrinconaron. Aquello se ponía feo. Decían algo así como que me iban a partir la cola. Cuando estaba a punto de abandonarme a mi suerte, un terremoto nos precipitó a todos al final del túnel. No caímos al vacío (¡Ja, serían mentirosos!), pero me golpeé la cabeza contra algo. Medio aturdido, pensé en la historia de la barrera.

Mientras, mi yo óvulo dejó de sentir los temblores. Sentí alivio, pero a la vez inquietud. Un ruido lejano me llegaba desde abajo, parecían miles de voces chillonas, que, con el paso del tiempo, parecían reducirse en número pero aumentar en volumen. La expectación y el miedo me hacían mirar una y otra vez hacia abajo. Maldije mi carencia de reloj para poder medir mejor cuanto tiempo pasó.

Mi yo espermatozoide, empezó a salir del aturdimiento. Allí no había ninguna barrera (¡lo sabía!), me había golpeado contra la pared de una gruta. Mis compañeros ya eran millones y pasaban junto a mi velozmente. Por instinto empecé a menearme y a seguirles. En las primeras posiciones estaban los veteranos. Tan solo podía ver a algunos de ellos que se habían juntado y bloqueaban el paso a los más jóvenes. Por delante de ellos, el resto de veteranos avanzaban y hoy a uno de ellos decir: «Rápido, solo tenemos cuarenta y ocho horas». Intenté poner en marcha mi cronómetro, pero tampoco tenía. Mi vida hasta entonces había sido muy emocionante, pero la carencia de bienes materiales empezaba a hastiarme. He de reconocer que era muy veloz y muy hábil esquivando a mis compañeros. Miré hacia delante y vi como los que me precedían chocaban contra la barrera de veteranos. Me paré y reflexioné. Lanzarse hacia delante y rebotar contra el muro de ancianos no parecía muy inteligente. Me acerqué lentamente a un borde y me puse a hablar con el que cubría ese flanco.

– Qué movida, ¿verdad?

– ¿Eh? -dijo sin apenas moverse.

– Sí, todo esto, el lanzamiento, la carrera, las cuarenta y ocho horas…

– ¿Tú que sabes de las cuarenta y ocho horas? -me preguntó furioso, impertérrito, sin molestarse siquiera en mirarme.

 – Lo que todos, lo que todos, ¿cuánto quedará?, ¿treinta?, ¿veintiocho? Espera lo miro en mi Rolex nuevecito.

El guardián se giró velozmente para verme atraído por mi engaño. En su movimiento dejó un resquicio que aproveché para superar la barrera. Empezaron a gritar «¡Alarma, alarma, han traspasado el cerco!». Empecé a moverme a toda velocidad esquivando a los veteranos que se lanzaban contra mí para intentar detenerme. Mi juventud me hacía mucho más hábil y rápido que ellos.

Desde mi yo óvulo los nervios iban incrementándose. Los gritos cada vez eran más altos y empezaba a entender lo que decían. «¡Detenedle, detenedle! ¡Qué alguien le pare!» Una jauría de cuerpos alargados coleteaban y se aproximaban a mí. Sentí miedo.

Mi yo espermatozoide ya había superado a todos los vejestorios, que no paraban de gritar. Miré hacia atrás. La barrera había caído y otros miles de jóvenes intentaban alcanzarme.Mis memorias Volví a girar la cabeza hacia delante y lo vi. Una bola perfecta, luminosa, parecía llamarme. Y entonces yo solo quería llegar allí. Aceleré, y me lancé contra la pared del óvalo hasta que lo atravesé.

– Corre, cierra -le dije.

– Voy.

Varios de mis compañeros se estrellaron contra la bola. Les vi desde dentro y me dieron algo de pena. Pero no había opción.

. ¿Tienes hora? -me preguntó la bola.

– No -respondí.

– Pues vaya lata.

A partir de entonces mi recuerdo se hizo uno. Empecé a dividirme y dividirme…

Y ahora, me gano la vida como relojero.

7 Comentarios Agrega el tuyo

  1. BettyBoom dice:

    Ja, ja, ja De dónde sacas tanto ingenio, consigues que no pare de leer hasta el final, y eso que la historia parece de lo más conocida pero simepre esta la nota diferente, ….
    Espero muchas historias para este 2012. FELIZ AÑO!!

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  2. picudoazul dice:

    Muy bueno, con ritmo y simpático.

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    1. Jorge Moreno dice:

      Muchas gracias por tu comentario.

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  3. Siempre me sorprenden tus relatos. Ingenioso y divertido! Me ha encantado!!

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    1. Jorge Moreno dice:

      Muchas gracias María.

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  4. Mª Pilar dice:

    Te acabo de «descubrir» y me ha gustado tu relato. Espero leerte más,
    Un saludo

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    1. Jorge Moreno dice:

      Muchísimas gracias. Me alegro de que te haya gustado. Aquí estoy para todas las veces que quieras pasarte a leer un rato y comentar.
      Saludos.

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