La lágrima

Miro mi rostro en el espejo y una triste lágrima lo surca poniendo resumen y fin a mi verano.

   El verano no empieza hasta que sales de vacaciones, hasta que cargas el coche, te pones al volante y arrancas. Y este año arranqué con destino a Levante durante una semana. Por resumir, para los madrileños Levante tiene un inconveniente y una ventaja. El inconveniente es que si quitas el mar, hay momentos en los que puedes pensar que sigues en Madrid: los mismos acentos, los mismos estilos, las mismas caras e incluso, a veces, los mismos vecinos. La ventaja es que, con un poco de suerte a lo mejor te encuentres con la vecinita del sexto en topless por la playa. Así que este año confié en mi insociabilidad para no reconocer a mis vecinos y para que ellos me dejaran en paz y centrar todas mis esperanzas en el encuentro con la del sexto.

   Y así salí para mi destino veraniego hacia una localidad, que esconderemos bajo el nombre ficticio de Madrid del Mar, y que puede identificarse fácilmente con muchas de las villas levantinas. Madrugué. Todo el que va a Levante madruga. No sé por qué. Parece que es un delito salir de vacaciones a las doce del mediodía, o que hay que salir temprano para ver desde el coche como amanece. El sol se eleva y te ciega durante horas y te abrasa el brazo izquierdo. Llega el momento de tomar la primera decisión importante de las vacaciones. Sabes que vas a llegar moreno, o quemado si no has tomado la precaución de echarte crema de protección cincuenta antes de salir de casa a las cinco de la mañana. La opción es sencilla: conducir con o sin camiseta. Sabes que si conduces con ella, al día siguiente en la playa mostrarás tu brazo izquierdo y la cara rojos y el resto del cuerpo blanco, y eso no mola nada. Así que me decanté por la segunda opción. Fuera camiseta. El bronceado del día siguiente mostrará un cuerpo rojo atravesado diagonalmente por una franja blanca y siempre podré mimetizarme con un seguidor del Rayo Vallecano, no llamando excesivamente la atención.

   Después del atasco y de evitar a algún vecino en los aseos del área de servicio, alcancé Madrid del Mar a las tres de la tarde, sin tiempo para ir a la playa y tan solo poder disfrutar del calor, la muchedumbre, el acento madrileño y el agobio por buscar algún sitio para tomar algo. Me eché la siesta para calmar el cansancio y me desperté por el dolor de las quemaduras solares por todo mi cuerpo. Me duché, y tomé una cena rápida en la cafetería del hotel y a dormir. El día no había ido bien y pensé que a lo mejor, si no hubiese madrugado tanto, no estaría ni tan cansado ni tan quemado, pero el optimismo me invade y me dormí pensando que el día siguiente sería glorioso.

   Al día siguiente las cosas empezaron mejor. Lo supe nada más entrar en el buffet del hotel. El desayuno es el momento más importante del día cuando estás de vacaciones dispuesto a afrontar un día de playa. Así que empecé por los zumos. Los zumos son muy sanos, así que me tomé cinco: naranja, piña, melocotón, manzana y tomate.  Hay que dar consistencia al desayuno, así que me puse un huevo frito con beicon, unos chorizitos, unas cosas como judías que son dulces, tortilla de patata, salchichón, jamón de york y quesos variados. Seguí con una barrita de pan tostado con aceite y tomate. Sanísimo. Luego una tostada con mantequilla y mermelada, varios bollos: croissant, donut, donut con chocolate, napolitana de crema, palmeritas, hojaldritos, una cosa con chocolate por encima que sabía a coco y otras variedades que no pude definir, todo ello regado por un par de cafés. La fibra es importante, así que me paso a los cereales: azucarados, con chocolate, con miel, para adelgazar, para no engordar, y todos ellos con leche desnatada. Es importante controlar la grasa.  Luego me paso por la bandeja de los frutos secos:  ciruelas pasas que tienen mucha fibra. Nueces que son buenas para el colesterol. Almendras, higos y orejones, que no sé para lo que son buenos, pero seguro que lo son para algo, y si no tarde o temprano lo serán. A estas alturas empecé a sentir remordimientos por que quizá me había excedido, así que decidí compensar tomando algo de fruta: melón, sandía, un melocotón, ciruelas y un plátano. No me puedo resistir al plátano. Cuando terminé de comerlo me arrepentí  porque todo el mundo sabe que el plátano engorda, y cuando vuelva a casa y me pese y haya engordado ocho kilos, lamentaré haber tomado ese plátano. Así que miré a mi alrededor y vi mi salvación: la piña. La piña es depurativa, así que me comí seis o siete trozos.

   Salí del comedor satisfecho, llevándome una pera por si me entraba hambre a media mañana, con mi objetivo puesto en la playa. Cuando llegué estaba abarrotada, así que me dirigí a la décima línea de sombrillas para instalarme. La lágrimaLa colocación de la sombrilla es uno de los actos más importantes cuando llegas a la playa y es vital conjugar en su ejecución técnica y velocidad. Por desgracia yo solo tengo técnica. Clavé el palo de la sombrilla perfectamente, lo giré varias veces para ganar profundidad y amontoné arena a su alrededor. Saqué la parte superior, la ajusté y la abrí. Demasiado lento. Cuando terminé de abrirla ya estaba rodeado por mil o dos mil personas que apenas dejaban espacio para colocar los pies. Casi pegada al palo de la sombrilla una mujer descubrió para mí un nuevo concepto en el mundo de la moda de baño: el bañador-tanga. La modelo de entre sesenta y cinco y cien años, se despojó de su vestido para lucir un elegante bañador a la antigua usanza. Empezó entonces a quitarse un tirante. Después otro. Continuó con un rápido movimiento de los dedos que iba enrollando el bañador desde la parte superior, dejando a la luz lo que creo que eran sus pechos. El impacto me dejó helado y no podía moverme. Ni tan siquiera podía cerrar los ojos ante ese espectáculo. La modelo siguió su procedimiento enrollando hacia abajo y ejerciendo una tensión sobre la parte baja del bañador, que se estiraba y se estiraba hasta que se introdujo entre las nalgas: el bañador-tanga. Eso hay que verlo. Como me encontraba un poco lleno y empezaba a sentirme algo revuelto, decidí no vencer mi optimismo y dar un paseo junto al mar para bajar el desayuno. Miré al frente. El bosque de sombrillas y gente no me dejaba ver el mar. Realmente no sabía hacia donde estaba el mar. Tampoco importaba, tan solo una pequeña porción de arena a mi lado me permitía salir de mi sombrilla. Seguí el camino de arena, quemándome con las escasas zonas desprotegidas del sol. Después de veintisiete minutos por el laberinto, al fin, alcancé el mar. El mar. Qué maravilla. Supe que todo había merecido la pena. Mi estómago pesado me desaconsejó el baño, así que empecé a pasear. Al instante noté cientos de miles de miradas que me reconocían, posibles vecinos que me arruinarían el paseo. Miré hacia el mar y accioné el radar: chica joven en topless. A los dos minutos una voz chillona gritó mi nombre. Sería para otro. No creo que nadie en mi barrio conozca mi nombre, así que continué a lo mío. Mi nombre cada vez se oía más fuerte, hasta que una mano agarró mi brazo. Me giré. Mis deseos casi se habían cumplido. Era una mujer, era vecina mía y estaba en topless. Pero no era del sexto, sino del quinto, y no era jovencita, si no de edad indefinida, probablemente tendente a infinito. ¿Cómo sabía esa bruja mi nombre? Cuando volviera a casa debería quitar mi nombre de los buzones. Empezó a hablarme sin parar. Que si qué alegría encontrarme, que si qué bien estaba, que si estaban allí no se qué vecinos. Le dije que me iba a bañar, que tenía mucho calor y estaba algo mareado, lo cual era cierto. Ella me dijo que siempre se ponía más adelante y señaló con el brazo, dejando colgar cosas varias difíciles de identificar. En la zona nudista, añadió. Vente cuando quieras. Salí corriendo hacia el mar huyendo del museo de los horrores, sección pellejos. No salí del agua hasta que pasaron tres horas, para evitar otro encuentro. La multitud ya se había dispersado y me fue fácil divisar a veinte metros del agua el palo de mi sombrilla. Volví al hotel. Estaba un poco conmocionado y pensé que la comida me alegraría. Yo me tomo muy en serio la salud y la alimentación es muy importante, así que en el buffet del hotel sigo las recomendaciones de los médicos: hay que comer de todo. Siete entrantes, ocho primeros, cinco segundos, cuatro tartas y mucha fruta, y para terminar piña, que depura y varios helados, que son digestivos.

   Después me eché la siesta que se alargó tres horas. Ya era tarde, así que me duché y me arreglé para ir a conocer la noche de Madrid del Mar. Salí al paseo marítimo en busca de invitaciones para los garitos de moda. Tan solo conseguí vales descuentos para el parque acuático y la exhibición de aves. Como no tenía mucha hambre me senté en una terraza a comer una copa de helado. Estaba desmoralizado pero pensé que el resto de días solo cabía mejorar. Noté un golpe en mi brazo, me giré con horror que se transformó en pánico. De nuevo la del quinto, blandiendo un abanico, pero afortunadamente vestida. Con mucho brillante, pero vestida. Corrí sin mirar atrás hasta que alcancé el hotel. Me acosté entre temblores y tardé en dormirme. Estuve soñando toda la noche con esa horrible mujer, persiguiéndome desnuda por la playa, gritándome: «Ven a la zona nudista, ven a la zona nudista». Me desperté en un charco de sudor.

Al día siguiente no salí del hotel. Tenía miedo. El resto de días fui a la playa con gafas de sol sombrero y gabardina. La policía me pidió que me identificara varias veces. Pero la posibilidad de que la vecina del quinto u otras que estuvieran agazapadas, acechándome, me descubrieran, me turbaba.

   Por fin esta mañana han terminado los siete días de playa y he llegado a mi casa. Nada más entrar en el portal me he cruzado con la vecinita del sexto. ¡Qué alegría!, si es que nunca debí haber salido de aquí. Qué belleza, qué hermosura, qué ojos, qué curvas.

   -No te he visto estos días- me dice.

   -He estado de vacaciones.

   -¿Dónde?, no has cogido mucho color- indaga ella.

   -En el Polo Norte. Encontré una oferta -miento-. ¿Y tú, que estás tan morenita?

   -En la playa, en Madrid del Mar -amago el desmayo-. También estaba Puri, la del quinto, coincidíamos todos los días en la zona nudista.

   Miro mi rostro en el espejo y una triste lágrima lo surca poniendo resumen y fin a mi verano. Al menos espero que le gusten los hombres sensibles.

10 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Tus finales me encantan, kla histoira hace que te olvides del título y cuando ya estás llegandi al final siempre dan un giro muy interesante a la historia.

    Me gusta

  2. Pilar Lou Martin dice:

    Jaaaaaaaaaa, es buenísimo, lo que me he reído de verdad.

    Me gusta

    1. Jorge Moreno dice:

      Gracais Pilar. Me alegra haberte hecho reír

      Me gusta

  3. Looli dice:

    No me he reído…. sino lo que va despues.
    Se me caen hasta las lágrimas, ja ja ja ja ja ja ja ja
    Eres buenísimo…

    Me gusta

  4. JoseV. dice:

    Si señor, con los tiempos que corren necesitamos lecturas como estas que nos alegren el día.

    Me gusta

    1. Jorge Moreno dice:

      Muchas gracias. Me alegro de que te haya alegrado.

      Saludos

      Me gusta

  5. Maribel Sebastián Juárez dice:

    Me gustan los relatos en espiral que terminan en el mismo sitio que empiezan. También me gusta que te sientas identificado con lo que lees ¿por qué habrá gente tan pelma y cortita que no se dan cuenta que existimos en el mundo «y en la playa» personas necesitadas de tranquilidad, y de relajación? Es maravilloso que te dejen en paz, pero la del quinto no lo sabía. ¡Enhorabuena!

    Me gusta

  6. marta fontán de la vega dice:

    Genial Jorge. Me encanta tu sentido del humor

    Me gusta

    1. Jorge Moreno dice:

      ¡Muchas gracias, Marta!

      Me gusta

Deja un comentario